…Y todo el caos que se había desatado en el horizonte, en un instante, tiñendo el cielo de mis mosaicos perversos y caprichosos. Todo eso, en su punto más álgido, se vivió como una eternidad. Como si el mundo nos permitiera observar el horror al detalle. La máxima expresión de que en los malos momentos el tiempo pasa más despacio.
Un niño con una expresión de pavor grita y no puede cerrar ojos y boca ante lo que ve.
No puede dejar de mirar, no puede dejar de gritar.
Esa sombra avanza irremediablemente por el prado y se extiende a ambos horizontes. Es aquí donde la más áspera realidad se manifiesta, la dicotomía de bien y mal, la luz, la sombra, donde el instinto más básico de peligro no espera a la razón…y tampoco se puede huir. Es como empezar una partida, que no sea tuyo el primer turno y que ya hayas perdido en el primer y contundente movimiento.
Pero el sonido…
El sonido que surgió de la criatura lo ocupó todo. Era tan inmenso y completo que en lo que duró se definió como el nuevo silencio, pues nada podría asomar bajo él.
Solo cuando dejó de gritar y se atenuó el sonido, las montañas trajeron el eco aún poderoso pero más distinguible del sonido de la bestia y ahí, el verdadero terror existencial: el alarido del enorme leviatán que se posaba sobre sus cabezas era el de tan solo una cría de su especie.
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