El bostezo que dio la vuelta al mundo

Casi se dio la vuelta como un calcetín.

—¿Qué pasa? ¿Te aburres? —preguntó inquisitivo el profesor.

El alumno había bostezado con un sonoro «uaaah». Ni se había molestado en taparse la boca. En lugar de atender a esa cosa de la trigonometría, era más divertido ver vídeos en el móvil. Acababa de ver uno muy gracioso de un gatito naranja bostezando.

El asunto podría haberse quedado ahí, pero una profesora que caminaba por el patio lo vio a través de la ventana. Aguantó cuanto pudo, pero según entraba a la sala de profesores bostezó muy fuerte. Quizá era que no había tenido tiempo para tomarse su café reglamentario, o quizá era que a ese bostezo no le gustaba la idea de quedarse dentro del cuerpo de nadie.

El hecho es que un compañero que estaba en videollamada no pudo evitar bostezar al verlo. Su pareja, que se encontraba en otra ciudad, se contagió.

Bostezó, como si llevara tres noches sin dormir. El hecho es que este hombre trabajaba en el Parlamento como periodista. En ese momento aguardaba su turno para entrevistar a uno de los líderes de un partido político.

—¿Qué opina sobre la escalada de precios de la luz?

—Uaaaah —bostezó.

A simple vista no se podría saber si bostezaba por aburrimiento, desidia y dejadez, o si había visto al pobre periodista. Puede que las dos.

En fin, una respuesta tan honesta y sincera como esa —viniendo de un político como ese— no tardó en hacerse viral: memes, reels, videorreacciones…

Un adolescente que viajaba en un vuelo transatlántico, gracias al invento del wifi, lo vio en directo. Encontraba el ideario de aquel político bastante vomitivo, pero no pudo resistirse a seguirle con eso de bostezar. Y bostezó.

Y ese bostezo asaltó al tripulante de cabina que pasaba con el carrito de la comida. De alguna manera consiguió reprimirlo hasta que llegó a la cabina de vuelo. Una vez dentro, no pudo aguantar más.

—Perfecto, llegaremos en… Uaaaah. Llegaremos en el tiempo estimado.

Al otro lado de la radio, en el aeropuerto de destino, al otro lado del océano, el controlador aéreo habría jurado que, más que oír, había visto el bostezo de la comandante del vuelo tripulado AM8889.

No le habían dejado más opción: tuvo que bostezar. Muy fuerte.

Su compañero de trabajo estaba hablando con su mujer por teléfono, y esta escuchó perfectamente ese bostezo.

—Cariño, ¿estás… uaaah… estás bien?

Y su gatito naranja, acomodado en su regazo, aceptó el bostezo. A diferencia de los seres humanos, no tenía ningún tipo de interés en luchar contra algo tan poderoso como aquel bostezo. Y bostezó. Bostezó, se acomodó de nuevo, y ronroneó.

La mujer maldijo por lo bajo, ojalá haber grabado ese prodigio de la naturaleza tan adorable como lo era su gato bostezando. Podría haberlo subido a las redes sociales y seguro que se habría hecho viral.

El bostezo, por su parte, finalizó su viaje alrededor del mundo satisfecho de haber encontrado otro gatito. Una muerte suave, que dio paso a su metamorfosis: de bostezo a ronroneo.

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