Se acercaba con retraso a la estación, como venía siendo natural en ella. Él ya le esperaba con los brazos cruzados y pose impaciente. Ella, excusas entrelazadas a los reproches de él. Después esa frase fatídica que lo cerraba todo, es así desde que se pronuncia: tenemos que hablar. Ella sin palabras a la vez que desea que pase un tren al momento, le atropelle y acabe con él. Pero hay huelga de maquinistas y solo disponen de servicios mínimos. Los dos continúan discutiendo en voz queda, dándose tiempos muertos, ella tragando sal de lágrimas, él harto de intentar convencerla.
Nadie más significativo en el andén, solo un par de tortolitos ciegos jugando a leerse con las manos bajo el jersey. Dos adolescentes locos de los videojuegos compitiendo en partidas con la emoción casi en grito. Él ya no quiere escuchar más pretextos, ella en dos rápidos vistazos descarta testigos, le abraza mientras grita que no y lo empuja hasta el filo de la vida. El golpe garantiza el final, ella por poco pierde el equilibrio también, queda estirada, golpeada por un remolino de fuerza, al levantar la barbilla al borde del andén, su cara salpicada de sangre de él confirma el diagnóstico. No recordó haber llegado al tren tan a tiempo, treinta y cuatro minutos tarde.
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