Las cornetas suenan para hacer más épico el principio de este poema.
El apuro es querer más tanto como no quererlo.
Dejar las maletas sin deshacer por si te quieres marchar
y/o cervezas en el frigorífico por si lo quieres llamar hogar.
Una última mirada después de un nos vemos con ganas de volver a vernos.
Los nervios antes de un reencuentro tímido, pero color vino.
Curvas y no frenar.
Escapar.
Es una locura pensar.
Punto.
Qué podría sentir si me creyera que puedo parar un meteorito
y parar.
Aparte.
Llego tarde.
Solo estás perdido cuando no sabes dónde ir
y yo tengo que ir a buscarle el sentido
o a perderle.
A marte.
El miedo tiene un vestidor inmenso.
Arréglate, que en cualquier momento salimos de fi-esta.
Desnúdate y quizá te permita entrar.
De la indignación a la resignación
hay una generación.
La siguiente está dividida
entre la indiferencia
y los que buscan una revolución.
Las dos.
De la madrugada en la que pienso en la oscuridad.
Las muchas, los segundos que dura un rayo.
La oscuridad,
sensual como el vuelo de una falda desenjaulada,
dulce como el helado robado de unos labios
o como tú, lo contrario,
máquina del tiempo con olor a croissant
que te transporta a tormentas que son un auténtico espectáculo.
Y la luz, con el precio tan elevado.
No se puede esperar, si llegar cuesta tanto.
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