—A veces me siento viejo, pero no tan viejo—.
De niño, inocente,
admiraba a mis mayores.
Eran el faro de mi camino,
la luz alumbrando el raciocinio.
De niño, inocente,
quería parecerme a ellos.
Analizaba su comportamiento,
imitaba, copiaba, no entendía.
De niño, inocente, crecí.
Adquirí un yo maduro,
comprendía mi lugar, mi puesto,
no regaba nunca fuera del tiesto.
De niño, inocente, crecí.
Condicionado a lo que «debe ser»,
a la rectitud de pensamiento,
al correcto comportamiento.
De niño, inconsciente, maduré.
Subordinaba mis placeres
el bien común por delante
que nada ni nadie de mi mal hable.
De niño, inconsciente, maduré…
no,
de niño, inconsciente, «maduré».
¿Es a caso la madurez comportarse
de forma ordenada y aceptada
por la norma social imperante?
No.
Sin embargo, crecí en inteligencia.
Observé a mis mayores, vi sus errores,
sus excesos, defectos y negligencias.
Madurar no era beber, fumar ni follar.
Ni pensar o actuar de una u otra manera.
Ni llegar a fin de mes luchando día a día.
Madurar es obrar con consciencia.
Ahora lo sé.
- A veces me siento viejo, pero no tan viejo. –
Es que siempre me junté con los mayores.
De niño mis amigos, hoy hermanos,
sobrepasaban mi edad por más de 5 años.
Hoy los observo y veo cuánto se han estancado.
No es que me vea yo en otro plano, al contrario.
Como entonces,
continúo aprendiendo de ellos cuando nos vemos.
«Cada trayecto es perfecto, por lejos» dijo el Chyste.
Agradezco al universo, dios, la vida, la energía,
lo que sea que sea que los puso en mi camino.
Soy capaz de ser quién soy ahora gracias a ellos.
Tardes de verano interminables haciendo parkour.
Colándonos en el metro, pintando alguna pared,
yendo de un lado a otro solo con los pies.
¿En qué momento me aburguesé?
Es igual.
No es el tema ahora.
- A veces me siento viejo, pero no tan viejo. –
¡Ahora entiendo!
Es la actitud frente a la vida.
El prisma a través del cual la miras.
Mi prisma de niñez fue admiración.
Mi prisma de adolescente fue melancolía.
Mi prisma de juventud fue desaprender.
Cobra sentido la frase «mirar con ojos de niño».
Un cristal transparente, sin juicio,
donde todo es curiosidad y sorpresa,
donde todo es nuevo y brillante.
Donde no hay pasado, no hay futuro.
Sólo el Ahora se hace patente.
Es que a veces me siento viejo,
por mi tiempo vivido,
por experiencias dulces y amargas
y largas veladas bebiendo hasta el alba.
Pero…
Otras veces me descubro a mi mismo
viviendo plenamente presente,
sin analizar, ni juzgar,
lleno de curiosidad por conocer
y recorrer el camino
una y otra vez.
Vuelvo al principio.
Ya aprendí a desaprender.
Vuelvo a descubrir el mundo.
Es nítido, transparente y lúcido.
Brilla como un diamante.
Es que no soy tan viejo
como el mundo y mi mente
me quieren hacer creer.
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