Si asumimos que mi hijo podría ser padre con 28-30 años, y que su futurible retoño podría alcanzar los 80-85 años de edad fácilmente, se plantaría en 2.117-2.124 y resulta más que evidente que si seguimos poblando el planeta lo habremos reducido a un desierto inhabitable.
¿Quién quiere ese futuro para su nieto?

Nadie en su sano juicio.
Sumémosle la deriva incontrolable de la tecnología hacia territorios cada vez más siniestros con vocablos que no lo son menos, como nanotecnología o manipulación genética; el aislamiento y alienación cada vez más extremos de la civilización occidental, hiperconectada en lo tecnológico y tan desconectada de lo natural; la pérdida progresiva de derechos de privacidad con la invasión de todos nuestros ámbitos por la tecnología de los datos y tenemos el cóctel perfecto para la aniquilación o para la sumisión, que viene a ser lo mismo.
Me levanto y leo un titular de prensa del politólogo Paul Poast:
“Podemos estar en las primeras etapas de lo que los historiadores dirán que fue el inicio de la Tercera Guerra Mundial.”
Sí, lo han escrito con mayúsculas mientras yo, en minúsculas y con una lágrima sorda desplomándose pesada por mi mejilla, veo morir a mi nieto.
Hoy no puedo escribir. Me han robado el futuro.
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