UN HOMBRE CON DON

Mientras paseaba a mi perro, hace unas tres semanas encontré unas gafas de sol con cristales ahumados que parecían olvidadas encima de una tapia, casi pasaba de largo sin reparar en más, pero vi que eran de una prestigiosa marca y a pesar de estar condenadamente sucias, pensé en probármelas por aquello de si estaban graduadas, ¿para qué quiere uno la presbicia o el astigmatismo ajeno? Con mi miopía tengo de sobras.
Sorprendentemente, a pesar de los cristales mugrientos veía perfectamente de cerca, más aún, con mis gafas recién encontradas, Charlie tenía un brillo espectacular de pelo y hasta parecía sonreírme. De lejos podía distinguir el tornasolado  los tejados, el baile de las hojas de los árboles perfectamente,  podía ver cada nudo en los troncos, hasta un pequeño nido aposentado en una rama.
Me pareció increíble poder ver con mi defecto miope en unas gafas extrañas. Pero lo más increíble fue ver un grupo de personas bajando del autobús que en un flash y por dos segundos aparecían a mi vista completamente desnudas. En mi trance no podía más que mirarlos pasmado por si se trataba de alguna suerte de protesta, pero inmediatamente pensé que sería sin yo saberlo el día del nudismo porque otras parejas, hombres, mujeres, críos, caminaban tranquilamente en cueros sin vergüenza alguna. El pudor me ganó y aunque miraba a hurtadillas, tiré de Charlie nervioso e incómodo a la vez que me quitaba las gafas y el rubor subía a mi cara. Automáticamente, la gente volvía a estar vestida, me detuve. Con gafas sí, con gafas no… Un momento, ¿había alguna clase de cámara oculta, broma colectiva o experimento? Volví a encajar mis gafas y tal como pasaban la frontera de la nariz, el mundo se tornaba brillante, espléndido, Charlie volvía a sonreír levantando sus orejas, moviendo su cola alegre y las personas como en un chasquido volvían a aparecer desnudas.
Los dos primeros días no sabía manejarlo, pero una vez me reconocí en escogido para llevar esta responsabilidad, empecé a despuntar en mi trabajo exponencialmente. Soy oficial en un centro comercial más bien conservador, tan tradicionalista que jamás ha subido, pese a sus ganancias, a cambiar su triángulo verde por un hexágono.
Así, mientras yo iba cruzándome con personas desnudas todas estas semanas, mi paranoia nueva era no limpiar las gafas por estrafalario que fuera llevarlas con huellas, chorretones o más. Estaba totalmente convencido que la porquería era lo que hacía a mis gafas especiales. Mi bienestar ha estado siendo mayúsculo gracias a las señoras, conste que me he moderado todo lo que mis instintos más primitivos y mi voluntad me han permitido, y entre mis compañeros de trabajo he triunfado con genial camaradería. Mis adjuntos empezaron a advertir y admirar mi seguridad. Con mis superiores he practicado vívidamente el ‘imaginarles desnudos’ como instaba aquel curso de PNL con el que nos formaron hace dos meses y mis informes han sido fiables y convincentes.

Todos se sorprendían que llevara las gafas de sol todo el tiempo, pero les convencí rápidamente, alegando compungido que mi nervio trigémino se había vuelto intolerante a la luz, por lo que me veía obligado a llevar por el momento cristales ahumados hasta próximo aviso médico. Hasta desaté compasión en general por mi repentina fotofobia.
El día que una patilla de las gafas empezó a flaquear hasta que perdió el tornillo de la bisagra cambió mi vida de nuevo. Bajé hasta la planta baja en Óptica, joyería, complementos y ofertas. La señorita Jessica Morales siempre me había parecido encantadora cada vez que coincidíamos en el bar o el ascensor, y aunque desnuda reconozco que no era tan escultural como parecía, no podía dejar de sentirme atraído por ella: vestida, siempre fue soberbia.
Con su sonrisa y amabilidad acostumbradas tomó mis gafas para ver dónde estaba el problema, mientras ajustaba un nano-tornillo que parecía haber aparecido como un conejo de una chistera, aprovechó para decirme también que últimamente notaba un cambio sustancial en mi carácter, en mi talante a más risueño. Desde luego esas manos trabajaban deprisa, me tenía distraído y embobado. Pieza ajustada y ya estaba haciendo aquello que hacen todos los empleados de estos establecimientos ópticos. Sí, aquella maldita costumbre de limpiar los cristales en cuanto detectan una huella o una mota de polvo. Pero llegué tarde, el spray y una mujer son siempre más rápidos. Me tendió las gafas, brillantes como su sonrisa.

_ ¡…Mierda! -no pude más que exclamar mientras las patillas se ajustaban a mis orejas.

_Sí, desde luego que tenían mucha… -rió cómica tapándose la boca- ¡ahora verás perfectamente!

Yo no quiero visión perfecta, yo quiero ver borroso.

Una respuesta a “UN HOMBRE CON DON”

  1. Recuerda siempre que hay gafas, que incluso sin cristales, pueden servirte para ver la tele…

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