Quisiera confesar a la policía por qué me pongo algo tensa en su presencia: Soñé que mataba a un hombre. En mi defensa, él quería matarme y yo tenía su pistola.
No le di importancia hasta.
Otra noche, mucho tiempo después, alguien me preguntó en sueños si había matado a alguien, lo normal, y a mi mente vino la huerta donde enterré a aquel hombre y la angustia al no recordar qué había hecho con la pistola. Siguiente escena: Ubicación, mi casa que no era mi casa. Se me ve a lo lejos mirando en cada rincón y lugar estúpido mientras pienso si fuera una pistola dónde me escondería para que nadie me encontrara. El coche que abandoné en el bosque, el del asesino asesinado. Ojito, que hace años que no conduzco. Nada. ¿La tumba? Seguro que sí, seguro que la había metido en el bolsillo de su chaqueta, y cavé, y me puse de barro hasta cejas, y me desperté.
Le di algo de importancia porque me costó unos instantes convencerme de que no había matado a nadie y que no cargaba con el miedo y el peso de ese terrible secreto. Aun así, no se lo conté a nadie.
Las pesadillas, aunque no constantes, siguieron sabiendo cómo engañarme con recuerdos ficticios y seguí teniendo más miedo por si me descubría la policía que por el hecho de que alguien quisiera liquidarme.
Escuché no sé a quién que los sueños son la forma que tiene la mente de prepararnos para afrontar determinadas situaciones. A veces son una locura y otras te enseñan a desconfiar de la justicia.