Zarpo en la noche con ojos negros
como la cerveza, como el horizonte,
cubierto el dolor del luto tras un velo,
olvidada la certidumbre en el camarote.
Atrás quedan en tierra firme
los burdeles de ideas que frecuento,
las evidencias de la escena del crimen,
el plato vacío del corazón hambriento.
Me guío con una brújula sin norte
y sin mapa hacia los cantos de sirena,
el invierno malo en los acordes,
la mala primavera, la lágrima en la arena.
Regreso a la isla desierta del tesoro
que es la presencia de mi musa ebria,
quien sonríe y susurra un sincericidio
que no recordará con la luz del sol.
En palabras sólo a medias soy
una reminiscencia de su deseo,
una posibilidad intempestiva,
un querer y poder contra toda lógica
encadenado en sus mazmorras interiores.
Otorga en el silencio y volvemos a ser
dos soledades abrazadas en el purgatorio,
dos futuros imperfectos conjugados,
dos verbos hechos carne.
La calma y la tormenta (perfecta).
Seré sentenciado al ostracismo
en la realidad que se prohíbe,
surcaré los siete mares, cantinas, bares,
la colección de desamores en cada puerto.
Mecido por la olas del tiempo,
gobernado con un timón en ruinas,
seré lobo estepario en calles a oscuras,
en corazones anónimos, en cuerpos vacíos,
seré lobo de mar del absurdo de existir,
de lo abstracto, de la herida sin cicatriz.
“Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí”.
Nota: última estrofa extraída de La canción del pirata (José de Espronceda).
Deja una respuesta