El bueno de Abbie

Reposo con los pies encima de la mesa en el sofá nuevo que me acaban de traer, mientras me mira desde lejos con implacable ojo escrutador.

No había reparado en él, pero ahí está. Acaba de tomar su sitio y se hace fuerte ante mí.

En la calidez de mi burguesa casa, situada en el corazón seguro de una ciudad dormitorio tranquila donde todos pagamos nuestros impuestos y donde jamás pensamos que van a caer las bombas, llegan noticias lejanas de subidas del precio de la gasolina, de desabastecimientos puntuales en supermercados, de una huelga de transportistas y de un montón de muertos en un país lejano que no es de África.

En África no hay muertos, no hay noticias, no hay COVID19 y no hay hambruna, hasta que alguna estrella del pop con falta de liquidez se le vuelva a ocurrir utilizarlos para hacer cash con un macro concierto.

Putin es malvado, retorcido hasta el paroxismo. Dicen que tiene el tic de llevar siempre el brazo pegado al cuerpo, porque lo ha heredado de sus tiempos en la KGB, cuando ese gesto tenía la función de estar siempre preparado para empuñar su arma. Algunos dicen que aún la lleva.

No hay que preocuparse por esto, occidente es el salvador de la democracia y los valores elevados que han masacrado al resto del mundo y que esquilmaron África y América del Sur sin piedad. Nada que temer entonces. Mi aburguesada vida, en mi bonita casa en el corazón de aburguesado barrio, no corre peligro.

Putin agarra su pistola mientras Biden retoca tal o cual ayuda a país aliado que luego participará del festín de la reconstrucción. Como decía: nada que temer. Reconstruiremos.

Mi vida no corre peligro, sí, cierto es, pero Abbie me sigue mirando inquisitivo desde el mueble que está debajo de la pantalla plana de última generación con sistema de audio 5.2 y todas las plataformas de pago instaladas, porque ya he dicho que pago mis impuestos y no contribuyo a la piratería porque estoy suscrito a todos los servicios de streaming disponibles.

Aún no he llegado a hacer un Bizum para ayudar a Ucrania, parece que algo está fallando en mi sistema de ciudadano modélico y ahora Abbie me hace un apenas imperceptible guiño, que no entiendo bien del todo.

La casa está en silencio y Abbie levanta la voz hasta convertirse en un grito atronador.

Sigue insistiendo en que robé su libro pero en el suelo está el ticket de compra de Amazon.

Todo en orden.

Nada que temer.

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