Lucía pasó la mano derecha por la pantalla de su móvil, mirándolo con resignación. Había pasado tres meses de retiro sin él. No físicamente. Lo llevó con ella, por si ocurría alguna emergencia. Se culpaba en parte por ello. Todas las notificaciones desactivadas, nada de aplicaciones, nada de juegos. No hizo trampas. Cumplió su promesa; tan sólo un par de llamadas justificadas y otras dos de trabajo.
Lucía desprende sapiencia. Se nota. A veces se hace de menos, pero sabe de lo que habla cuando habla. Adora la fotografía. Profesa el feminismo y el veganismo, porque sabe que es el único futuro posible. El más lógico. Asume que el racismo y el fascismo son cosas de cincuentones. Quizá peque de optimismo en eso.
Conocía a uno de los autores que había estado leyendo en ese tiempo. Habían hablado por Internet. Un anónimo más que escribe para cuatro gatos, autopublicado, sin aparente futuro editorial. Daba sorbos a su té en una cafetería, leyéndolo. Le gustaba pensar que estaba delante de ella contándole sus historias.
Ignoró todos los mensajes que tenía. Le escribió por Instagram.
—¡Cuánto tiempo! He estado tres meses sin móvil. Te he estado leyendo.
Javier pasó la mano derecha por la pantalla de su móvil y fantaseó con tirarlo por la ventana cuando leyó aquello. Romper todos los lazos posibles con el mundo consumista en el que vivía. Pero contestó.
—Imagino que en tres meses te da hasta para leerme a mí.
—No seas tonto.
—Nací así.
—He estado leyendo y contemplando la vida. Lo recomiendo mucho, pero supongo que no se puede vivir sin esto.
—¿Tres meses? ¿En serio? ¿Ni para emergencias?
—El móvil quita mucha vida. Llamé un par de veces. Pero nadie me llamó a mí. La gente ya no llama.
—Normal. Llamar es de psicópatas —se hizo el gracioso. No le salía bien.
—¿Sí? Pues debo ser una. Dame tu teléfono y te llamo.
El pulso de Javier se aceleró. Se salió por la tangente.
—Leer y contemplar la vida es lo que yo haría si alguien me mantuviese —mintió.
—¿Te has acojonado, eh?
Lucía pensó en aquello. Una pensión vitalicia que le permitiera fotografiar el mundo y vivir en la naturaleza. Pasear con su perro, escalar montañas. Cultivar su comida, salir con el sol, beber té y escuchar la lluvia.
Javier también lo pensó. No mentía en lo de castigarse las pupilas leyendo. También contemplaría la vida. Un rato, al menos. El resto del tiempo estaría componiendo canciones, escribiendo palabras, una detrás de otra. Creando castillos con naipes. Metiéndose en mil historias como si la vida fuera una carrera que tuviese que ganar. Él necesitaba expresarse. Hablando no sabía; escribiendo, no llegaba a casi nadie. Una pensión. Una pensión pequeña. Para comer; nada de lujos. El móvil podía irse volando por la ventana. Escribiría a mano si fuese necesario.
Lucia acarició su cámara. Inmortalizar instantes precisos de belleza es su modo de expresarse. Su forma de capturar la vida igual que la capturó en la retina viéndola pasar, con el móvil apagado durante esos meses.
Javier acarició el teclado de su móvil. Quería responder a Lucía, pero se le ocurrió una idea que escribir. Cuando tenía una idea no existía otra cosa.
No se dijeron nada más.
Ella se recostó en su cama. Se hizo autorretratos mientras se quitaba la ropa. Cada vez menos cáscara. Cada vez más ella.
Él se chutó autoestima escribiendo sus pajas mentales. Pensando que estaba con ella tomando té, deshaciéndose de su coraza en cada palabra. Cada vez menos artificio. Cada vez más auténtico. Se recostó en el sofá. Tecleando con los pulgares. No tenía energía para levantarse a por el portátil.
Ella se dejó acariciar por su cámara. Cada vez más íntima, cada vez más cerca. Se sintió deseada. Tras jugar unos minutos, dejó la cámara en la mesilla y se acurrucó en la cama.
Él movió sus manos compulsivamente tratando de expulsar el ego de su cuerpo, hasta que salió todo el torrente de letras. Dejó el móvil caer, agotado.
Sobrevivir para fotografiar. Una meta inalcanzable que en realidad es pequeña. Un móvil para publicar lo que fotografiaría. No sabía si era posible. A no ser que tuviera con quién compartir el té.
Sobrevivir para escribir. Una meta inalcanzable que en realidad es pequeña. Un móvil defenestrado. Sabía que no podría.
Entre otras cosas, echaría de menos hablar con gente como ella.
Deja una respuesta