Cuántas veces hemos oído a nuestros padres hablar sobre lo que no se habla. «Los trapos sucios se lavan en casa». Lo que pasaba pasaba de puertas para adentro. Solo había que ver las reacciones de asco ante la vecina que decidía vestirse más fresca («¡va enseñándolo todo!») o dar arrumacos públicamente a su último novio. A tu padre no se le vio llorar nunca, los gustos y los sentimientos se llevaban por dentro y al psicólogo no se va «que vaya el que lo necesite que yo eso ya lo sé hacer solo» , aunque los agujeros en la pared sugirieran que igual no estaba todo tan controlado.
Antes de ellos, incluso, existía el cuarto de las visitas, que no se usaba todos los días y en el que los niños no podían poner un pie hasta que no viniera un invitado, momento en que se le pasaba a esta sala perfectamente dispuesta y arreglada. Nada que ver con un día cualquiera o el resto de las habitaciones.
El trabajo también tenía hora de entrada, y de salida; y las tiendas un cierre, para comer y los fines de semana, que a nadie sorprendía y del que nadie se quejaba. Hoy no me puedo imaginar que haría si no pudiera bajar a la tienda de abajo en emergencias totales como un sándwich de Nutella a las 21:30 de la noche.
Me pregunto si a la vez que han ido proliferando poco a poco los establecimientos veinticuatro horas, nuestras puertas también han ido ampliando la hora de cerrar hasta que han acabado siendo, también, 24×7.
Y no hablo solo de tu piso, que a estas alturas ya os habréis imaginado que se viene metáfora, y la casa en este punto ya son las cuatro paredes de tu persona (la quinta es la pantalla). Y como no estan bien vistos los cerrojos no se entiende que no dejes pasar a cualquier amigo (amigo de los que agregas). Disponibilidad emocional total, que de eso se encarga el tick azul.
Ahora los gustos, las emociones, las ideas y hasta las tripas se llevan por fuera; como tu ruptura más reciente, tu obra social o el último Gucci viven en el escaparate de tus redes. Una visita con y sin guía a la casa que eres tú, que ya parece más un coworking.
Pero igual, de casualidad acabamos encontrando que estas cosas al final pueden ser exactamente como ese Gucci.
Quizá los sentimientos que se guardan en un cajón dentro de un sótano cogen polvo y se apolillan y se vuelven ásperos y dan alergia, pero si los llevas puestos todo el día y hasta para dormir acaban expuestos para que cualquiera les pueda hacer un desgarrón, y llenos de manchurrones .
Igual podríamos mimarlos y guardarlos en un armario bonito, grande y cómodo, en la intimidad de nuestra habitación, y sacarlos con orgullo para lucirlos en las ocasiones especiales, con las personas que se lo merecen. Y con un buen vino. De esos que se compran a su hora, que ahora ya es domingo a las 23:54, la tienda está cerrada, y no estoy para nadie.
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