Y la vida pasó por encima.
Por encima, por debajo, por los lados, a través y por allá.
La vida pasó, había pasado, pasaba y pasará, podría decirse.
Solo tanta vida podía asemejarse tanto a la muerte.
Me vino a la mente (y no se iba) aquel poema de José Hierro:
«Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada».
Se veía en los ojos de la gente. El brillo del estrés, del frenesí brillaba con más fuerza que de costumbre. Y, como por inercia, o por desesperación, la gente se aferraba a sus costumbres, a su día a día. Pocas personas aprovechaban el momento para romper el molde. El miedo, que siempre nos había atenazado, apretaba más fuerte que nunca, y la gente se amoldaba más.
Tantas palabras para decir tan poco. Tanto hablar de la gente sin la gente.
Como sentenciaba José Hierro con aquellos versos que me taladraban los oídos desde el pensamiento:
«Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada».
Y ahí seguía yo: escribiendo, viviendo, por miedo, por amor a la vida, por desesperación, como por inercia.
* Los extractos son del poema «Vida» de José Hierro, «Cuaderno de Nueva York», 1998.
Deja una respuesta