Un evento de aquella envergadura exigía el máximo de la organización y el equipo de trabajo. El teatro en el gran hotel, el mejor escenario. Las luces indirectas daban con ese encanto único de los mejores acontecimientos de los estrenos de Hollywood, o al menos así lo respiraba yo. Una discreta mención dentro de un concurso de relatos para mí. Para el público, los políticos y otros pseudofamosos era la excusa dentro del marco principal que acogía a lo más granado de la literatura que precisara de contactos y publicidad.
Solo me dijeron que intentara estar perfecta en cada momento, si ello requería pasearme hasta el lavabo para retocar pintura y peinado, estaría bien visto. Además parece que el paseíllo literal entre los unos y los otros daba visibilidad para cámaras y fotos imprevistas.
Sola ante el espejo del fastuoso baño era imposible no maravillarse por tanto lujo y buen gusto. Cuando sacaba el sobrante de la pintura de labios a puros besos contra el kleenex, apareció aquella mujer, correspondí a su saludo sonriente pero fue después, al verla pasar en el espejo que reparé en quién era. Pareció encantarle mi color de labios y así me lo reconoció. Después, mientras se atusaba el pelo y revolvía sus ondas oscuras me confesó que años atrás no se presentaba a ningún encuentro sin algo de chapa y pintura, pero que últimamente le daba bastante igual, que hasta había aprendido a verse bien, “así, con la cara lavá”. Me hizo reír.
Me preguntó si venía a trabajar o de invitada y se lavó las manos con dedicación, había en su expresión un dolor natural, como acostumbrado a su piel, pero eso no restaba fuerza a su belleza madura, a sus rasgos fuertes, la voz grave pero aterciopelada, firme y sesgada. Me entrecorté como manda mi decálogo al conocer a famosos, sin vergüenza pero con cierto bochorno. Le conté que estaba aquí por “aquello que hacían aparte, lo de los relatos cortos”. Somos como la programación de la UHF, la segunda, le dije para quitarle hierro a la mención y al momento propio. Ella discreta y breve solo me dijo guiñándome un ojo Felicidades y se secó las manos con la toalla desechable. Casi escupí lo que estaba ordenando en mi cabeza a la vez que pensaba que era bastante insensato.
-¿Sabes…? es verdad, no te miento, en realidad tengo tres libros tuyos en casa por leer, en la estantería… y nunca encuentro el momento. Pero sí, ¡quiero leerte, te lo aseguro! Así que, a partir de mañana voy a coger el primero y voy a empezar tu propio ciclo. Me ha encantado conocerte, aquí… -reí sonrojada- en el lavabo.
Ella no coincidió en que fuera igual un placer haberme encontrado a mí o mi lápiz de labios, solo salió del baño conmigo y murmuró que le esperaban. Le dediqué una sonrisa y le saludé tímidamente con la mano. Última sorpresa.
-Oye, una cosa… ¿te apetece un café a media mañana en la terraza del hotel, con calma? podremos contarnos lo que pase esta hora que queda… -Ahí sí bajó la voz como cómplice.
-Claro que sí, ¡me encantará!
Ella me cortó sin dejar explayar más mi entusiasmo, me apuntó que preguntara por ella en recepción, que se alojaba allí. La vi irse, muy rápidamente, ligera, casi sin corresponder a su cuerpo contundente, lo sé por experiencia.
La noche pasó un poco en blanco, nublada, sin más, las dos menciones no fueron (fuimos) más que relleno del centro y quizá hasta un acto de misericordia. Me sentí telonera de un desconcierto. Tuve más gloria en tres minutos de un lavabo.
Al día siguiente allí estaba yo apostada en el mostrador de recepción, ilusionada.
-Sí, buenos días, por favor, la señora Alm…
Solo me dio tiempo a balbucear apenas cuatro palabras antes de interrumpirme quedando muda por dentro el resto del día, cayendo a la realidad maldita o subiendo a un estado iluminado.
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