Saudade es

una barca de siete letras difícil de definir,
algo así como una distancia que no se puede resolver,
un tiempo más dulce que fue o no fue, pero que ahí está
en algún lugar del sentipensar,
por algún motivo o sin él

es una paloma que disimula cuando la miras
poniéndose de perfil, mirando a la nada,
y que arranca a corretear cuando cree que ya no miras
– pero lo haces por el rabillo del ojo –
y entonces zigzaguea entre tus piernas
y baila con las patas metálicas de sillas y mesas
en esa terraza de sol y tregua
de gotas heladas y flores de almendro y nata
“que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañera del alma, compañera …”

debe ser, la saudade, como una despedida eterna
que brota inesperadamente en la arena de los maceteros
y acecha en la sobra que lanza una farola sobre otra
en esta noche inabarcable
de la que solo habitamos un amanecer,
solo uno,
tan fugaz como una paloma
acercándose hambrienta a esa miga de pan que somos.

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