Cuando le preguntaron
por su última voluntad
en aquel pozo de paciencia perturbadora
y barrotes de tic tac,
dijo
“quiero que alguien crea
que yo no lo hice,
que alguien me crea”
entonces
el funcionario levantó las cejas
“va a ser difícil, colega”
pero después de varios intentos
llegaron con una niña de unos 7 años
escuchó la historia sin hacer preguntas
con unos ojos grandes que pestañeaban lo justo
y le creyó
y el hombre,
ya sin perturbación alguna en su fuente de paciencia,
le dio las gracias y se dejó morir en un rincón de la celda
antes de que le mataran.
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