Reseña de Google – Festival Internacional de Tunas de Coimbra

Llegó el día del Gran Concurso Internacional de Tunas. Se enfrentaba todo Portugal contra Salamanca. La ciudad de Coimbra, que acogía el evento, estaba en ebullición. Hordas de capas negras se desplazaban en manada por la ciudad. La tensión se palpaba en el ambiente, de hecho, se había formado como una neblina que, irremediablemente, se introducía por la nariz al respirar y te dejaba una docena de cánticos en bucle incrustados en el hipotálamo durante un par de días. Así que empezabas a desvariar y a tararear “tenho um trator amarelo…!” hasta en el entierro de tu tío-abuelo. Pero la gente lo comprendía y, más que con reproche, te miraba con cierta compasión y ternura. El momento era histórico: Unamuno versus Pessoa a ritmo de pandereta y ukelele.


Lxs de Salamanca eran pocxs, pero traían las rimas bien encajadas. Habían nacionalizado a Kase O y le tenían reservado para la gran final; era algo sabido por todxs lxs portugueses, quienes, a su vez, habían intentado contratar a CR7 -sin éxito- para que hiciera la bicicleta en una retahíla de versos concreta que traían bien hilada, pero el hombre estaba grabando una serie para Netflix y tenía comprometido el fin de semana. Dijo que le hubiera gustado estar, eso sí, y envió uno de sus balones de oro como amuleto, aunque el paquete llegó al Hotel donde se alojaban lxs de Salamanca -por error- y ahí ya se montó el primer revuelo porque lo retuvieron unas 48h y hay quien dice que el que entregaron no era el verdadero, que se quedaron con el balón D’ouro y entregaron un balón del Duero.


La cosa se agravó cuando, ya en la final finalísima, el fallo del jurado fue decretar un empate técnico. El público se quedó helado. La niebla condensada en los pulmones e hipotálamos volvió a salir al ambiente poco a poco. El silencio era absoluto, pero nada incómodo. La entrega de premios se celebró así, ante la mirada impasible de más de dos mil personas que contemplaban el acto como quien espera en el mercado mientras mira cómo el pescadero se pone el guante de malla metálica para cortar en rodajas el lenguado. Ni fú ni fá. Lxs representantes de ambos conglomerados de tunas posaron para la foto, cada unx agarrando una parte del trofeo. Los flashes volaron, deslumbrantes. El momento de la foto pasó, pero ahí seguían lxs tunantes mayores sin soltar la copa, que –previendo cierta igualación de niveles– contenía una inscripción genérica (“¡Viva la Tuna_______! Ganadora del VI Certamen Internacional”). Comenzó un leve tira y afloja y un sutil mascullar entre dientes. Un “ya la guardamos nosotrxs” iba, frente a un “Não, de maneira nenhuma” que venía. El forcejeo hizo que la parte cóncava de la copa –ese huequito que sirve para guardar canicas – se separara de la base. Justo entonces regresó el ruido ensordecedor y la ciudad ardió durante días.


Se decretó un estricto toque de queda que todo el mundo ignoró. Las batallas de poemas y canciones se libraban en los callejones más estrechos y a las horas más impropias. Yo mismo –que ni siquiera me había posicionado con uno u otro bando– fui asaltado indiscriminadamente mientras regresaba a casa a las 12 del mediodía, a plena luz. Me dijeron cuatro versos bien dichos que no he podido sacar aun de mi cabeza y que, más de una noche, me quitan el sueño. Por eso, recomiendo encarecidamente a lxs turistas que eviten la ciudad de Coimbra durante los días del Festival, al que, casi por amor al arte, valoro con una estrella (?) de las cinco posibles (lo que equivaldría a una carita triste en los pulsadores de la salida de los baños en los aeropuertos).

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