Ahora que caigo…

No había terminado de girar la llave para cerrar la puerta y ya estaba haciéndola retroceder hacia el lado contrario. La idea de que la plancha se pudiera haber conectado sola, tras arrastrarse desde el armario del trastero hasta el enchufe más cercano, no se me quitaba de la cabeza. Podría parecer un tanto obsesivo, pero no estaba dispuesto a permitir que un arranque de realismo racionalista me costase un incendio indeseado – porque los habrá deseados, como todo. Así que entré en casa de nuevo. La plancha seguía en su sitio; si acaso, se habría desplazado unos 6 centímetros de su posición original. Volví colocarla donde estaba inicialmente, enganchando el cable a una de las patas del armario. Si no tenía la habilidad de Houdini, difícilmente volvería a moverse. Ya que estaba, hice una ronda rutinaria por la casa. “Chequeo”, lo llaman. La nevera seguía amordazada con cinta americana, ya que una vez debí dejar la puerta mal cerrada y al regresar había un charquito de agua sobre el baldosín más próximo. Las llaves del gas cerradas. Paré durante un par de minutos a observarlas concienzudamente. Era lo que más miedo me daba. Imaginaba una gran explosión que me hacía volar por la ventana del salón, cubierto de cristales rotos y fuego. Mucho fuego y humo. Avancé unos pasos para revisar la regleta de la TV y, con un movimiento veloz, giré la cabeza y la mitad del cuerpo para volver a mirar las llaves del gas. Parecían seguir igual de cerradas (si es que la posición de la manecilla se correspondía verdaderamente con el cierre interno de la tubería; cosa que aún no había conseguido averiguar cómo comprobar). Todo en orden, aparentemente. Volví a salir de casa y eché la llave de la cerradura y la del Fac. Coloqué bien el felpudo. Empujé la puerta con fuerza. Aguantaba. Me dirigí hacia las escaleras, miré una última vez atrás para comprobar si la puerta seguía cerrada y, justo en ese momento, noté que mi pie derecho no tocaba el segundo peldaño. Caí, rodé y perdí la consciencia. No llegué vivo al hospital. Afortunadamente, estaba todo previsto. Si eso ocurría –como efectivamente ocurrió– mi seguro de vida y más allá de la vida lo cubriría todo. Incluso la contratación de un escritor novel para que publicase este post de despedida en las redes sociales que frecuentaba. Si alguna vez te importé, comparte esta publicación. Ha sido un placer, amigos. Hasta siempre. 

Una respuesta a “Ahora que caigo…”

  1. Recién lo leo ahora. Genial.

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