Susto (I)

No fue fácil conseguir el carnet de alarmista. Yo no había estudiado criminología para recabar ideas, como sí me constaba que habían hecho mucho que conozco. Pero siempre se me había dado bien alarmar. Contaba las historias en voz baja, hasta que consideraba que era el momento oportuno de pegar un buen e inesperado grito. Dejaba las frases inacabadas muy a menudo. Los puntos suspensivos se podían intuir en el aire. También levantaba las cejas mientras hablaba con alguien. Y habituaba a desviar la mirada detrás de la persona con la que charlaba, como si algo a su espalda me llamase la atención de manera poderosa e inquietante.

Así que me presenté al examen por si sonaba la alarma, como nos gustaba decir por aquel entonces. La prueba teórica fue asequible, la superé sin dificultad y sin sudores. 50 preguntas tipo test, debí acertar 48. Una de las que fallé fue por motivos políticos, debido al reciente cambio de dirección de la Organización Interterritorial de Alarmistas Profesionales (¡¡OIAP!!, en adelante). Recuerdo que preguntaban quién te podía ocupar la casa mientras bajabas a pasear al perro (tuvieras o no tuvieras, perro y casa, digo, había que hacer un ejercicio de empatía previo). Lo tuve claro- La B: los okupas-perroflautas. Pero no, la nueva dirección de la ¡¡OIAP!!, de cohorte social-comunista, dio por buena la respuesta D. La Iglesia. Resulta que podía colarse un arzobispo e inmatricular tu vivienda. Primera noticia. En fin. Pasé a la prueba práctica, que se celebró ese mismo día en un edificio anexo. Se trataba de las oficinas de Insecuritas Direct. Teníamos que realizar 10 llamadas telefónicas a “puerta fría” y conseguir, al menos, 6 nuevas contrataciones de alarmas. También valían las pólizas de seguro de vida. Sobra decir que lo conseguí. No seis, sino siete nuevos clientes. Pero fue complicado y tuve que recurrir a toda la literatura que había leído en mi veintena. Hablé de cronopios hambrientos que se habían dejado ver rondando supermercados aledaños; de autómatas especializados en abrir cerraduras con su mano-taladro; también comenté algo sobre plagas de hipogrifos que volaban bajo y golpeaban personas, sin querer, claro, pero con sus 4 toneladas de animal mitológico y tontorrón; de bolcheviquesy ácratas que tramaban socializar inmuebles completos (por esto fui penalizado por la dirección de la ¡¡OIAP!! y por eso no sumé 8 contrataciones) … 

Así lo conseguí. Alarmé a toda mi familia con la buena nueva, aunque no a todos les pareció bien. Mi tío materno se llevó un buen disgusto. Era un tipo cargado de ética, de pies a cabeza. (Así de mal le había ido en la vida). Se creía muy gracioso y, en lugar de Justo, comenzó a llamarme “Susto”. Eso sí, bien que fardó después cuando, habiendo transcurrido solo 5 años del inicio de mi carrera profesional como alarmista, me ofrecieron dirigir la ¡¡OIAP!! Pero esto ya lo contaré otro día, que ahora tengo que hacer una llamada…

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