Leonor huye de convencionalismos y de llamar a las cosas por su nombre; se ve que los jóvenes de ahora son más o menos por el estilo, así que ella dice que tiene algo con alguien. No coincidimos en su atrevida estética: sabe que no soporto sus piercings, ese cabello de colores, el maquillaje estridente y vestir a diario con pantalones rotos y medias de rejilla destripadas.
No le gusta contarnos nada a mí y su padre, así que apenas conocemos a sus tres amigas, algún compañero de la universidad y otros chicos que parecen desvalidos sin techo que Leonor acompaña a los encuentros masivos para pedir justicia, “manis” les llaman ellos. Su padre lo lleva peor, ya ha tenido que representarla en más de una ocasión desde el despacho de abogados, él sueña con poder compartir carrera y trabajo con su hija igual que con nuestro hijo mayor Servando. Si el abuelo Servando levantara la cabeza estaría orgulloso de los hombres de la familia. Leonor solo necesita centrarse, creo que está cambiando desde que sale con este último chico, se ha quitado algún pendiente y de momento va a posponer los dos tatuajes que se iba a hacer. Lleva su cámara más a menudo para registrar videos; yo creo que está más preocupada por el mundo y sus problemas. Casi estoy más convencida de que cualquier día la veré en un traje chaqueta y unos tacones, solo hay que tener paciencia y dejarle descubrirse.

Después de insistir, conseguí saber algo más acerca del novio de Leonor. Por lo visto se conocieron en esas concentraciones mientras corrían de la mano, dice que empezó a llover fuerte, -chuzos de punta, dijo ella- y la muchedumbre tuvo que salir despavorida en busca de cobijo. De momento sé que se dedica a las relaciones públicas, que es empresario y que es una gran compañía en todo el mundo, ¡qué ilusión, mi hija con un chico de bien!, le pregunté a qué se dedicaba y aunque dudó, al final me dijo que era un bodeguero influyente, ¡bodeguero! Desde la semana pasada solo pienso en Falcon Crest.  Así que esta noche por fin nos va a presentar a su novio.

He preparado una cena elegante y fina, he dicho a la asistenta que se quede también esta noche, quiero ocuparme de nuestro invitado como merece. La ocasión lo pide, he bajado al centro a la tienda gourmet y he comprado dos botellas de vino de etiqueta, 200 euros. Gaspar me refunfuñará algo, pero es que no todos los días cenamos con el novio oficial de nuestra hija y además influyente bodeguero. 

No esperaba que fuera a presentarse con ropa de estar por casa, la verdad. A lo mejor es que viene del gimnasio directamente… Me saluda muy alegre, demasiado diría yo porque a Gaspar también le ha propinado dos besos, mi marido suele guardar las distancias y se ha quedado patidifuso. Leonor lleva ya un rato con mirada pensativa, no habla mucho y apenas está comiendo, solo marea el plato. Killian, así se llama el muchacho, no deja de contar chistes. No aguanto más la emoción y le pregunto por su trabajo, dice que va muy bien que cada día tiene más seguidores. Bueno, el vino y la crianza ya lo tiene, es una cultura en sí. Le pregunto si toda su familia se dedica también al negocio y los viñedos. Killian mira extrañado a Leonor.

– ¡… Sí, lo de… ser un bodeguero influyente debe venir por herencia de tu familia, ¿no? -digo mientras bebo un buen trago del vino prohibitivo e intervengo como siempre para hacerme entender.

– ¡Mamá, otra vez con tus historias! ¡Te dije que era bloguero influencer! -Interviene Leonor como siempre para hacerme entender.

Me atraganto, prácticamente vomito el vino en la cara del bodeguero que todavía no se ha enterado de mi película por muy influyente que sea. Parte del oro rojo queda estampado en su influyente semblante mudo mientras Gaspar baja la cabeza descolocado y arruga la servilleta.

Aún apurada solo me da el aliento con media voz para, poseída por Dioniso, ordenar lo último antes de la retirada. 

– Enriqueta, no saque la otra botella por favor, mejor gaseosa y coca-colas.