LA TRAVIATA DE GIUSSEPPEDI VERDI

Entré con muchas ganas a la sala de actividades, hasta abrí la puerta con un suspiro inconsciente. Creo que todo el ejercicio que he ido haciendo estos meses en casa me ha dado la elasticidad y la flexibilidad para quedar de maravilla en la clase de pilates. Considero que ya estoy preparada para mostrarme en público y lanzarme a deshacer ese trauma. Ya ha sido mala suerte que coincidiera la primera clase con mi aún incontinencia intestinal por alguna bacteria indeseada.

No me asustó tanto la diferencia entre sus mallas y tops y mi sudadera y pantalones anchos. No me impresionó exageradamente que hubiera más género masculino del que pensaba (pensaba en cero hombres en algo tan zen) Lo que de verdad me arrolló fue la edad media de la clase. Todos podrían ser hijos míos…. vale, algunos hijos de madre adolescente, pero yo he vivido algunos cambios de presidente mientras ellos eran concebidos y empezaban la primaria. Me detuve en seco pensando en cómo dar la vuelta y volver sobre mis pasos, pero la jovialidad y simpatía extrema de la recepcionista me cortó el giro, acompañándome del brazo hasta el vestuario. La semana pasada no me pareció tan excesiva, pero esa mañana su amabilidad me subía el azúcar. Podría declararme diabética en pleno brote, bien, ya tenía un plan B por si acaso.

Me moría por momentos vista a derecha e izquierda (¡Ar!) entre muslos y pechos turgentes, ¿nadie ha oído hablar aquí de las estrías y las carnes sueltas? Mi vocecita interior me preguntaba y me respondía: ‘Aaah, no, que tenemos veintitantos y hasta treinta, jajajaja… ¿La celulitis no es de lo que se operó mi tía Juana?’ ‘¿Hola, sabes lo que es una barriga? Bueno, pues como la peli de Disney El jorobado de Notre Dame, pero al revés’. 

Trasladé toda mi vergüenza hasta la sala de tatamis con espejos (debe ser alguna clase de tortura verte mientras retozas asfixiada)  intentando integrarme con el resto sin abrir la boca, pero riendo sus anécdotas adolescentes.

LLevando ya más de media clase, mi dignidad por el suelo y mi autoestima buceando bajo el tatami, en un ejercicio de espaldas al suelo, solo se me pedía levantar mis piernas impulsándolas hasta detrás de la cabeza, como si fuera tan sencillo tocar tus rodillas con la frente en un solo acto. En una de esas terribles embestidas pasó, en Dolby Surround :

-Prrrrffffffff…!!!

Mi corazón se detuvo, o eso deseé como deseé a los 15 a Tom Cruise en Top Gun. Solamente había una salida, siempre funciona: hacerse el muerto. Así que con una plasta indeseada e indecente en mi trasero cerré los ojos y me desmayé en un giro teatral y literal hacia el chico del flequillo.  Oí gritos, suspiros, y noté presencias y manos que me pretendían espabilar. Algunos bofetones y sacudidas por poco me sacan del papel, pero hubiera sido demasiado pronto.
En unos pocos minutos y yo sin hablar ni abrir los ojos, pero simulando volver de mi vahído por momentos intermitentes (esto siempre queda muy bien, ni sí, ni no…)  ya teníamos a un médico, una enfermera y una ambulancia maullando en la puerta.
Pidieron estar solos conmigo y noté que el resto de tiernos mancebos fibrados hicieron mutis por el foro. Yo hice como que quería volver con los vivos, para no reaccionar rápidamente ante tanto estímulo, sin prisas, los del juramento hipocrático con palabras dulces, con cariño y máxima atención iban despertando a mi mentiroso ser interior. Un manguito iba presionando mi brazo una y otra vez, un cojín bajo la cabeza y otro bajo las corvas me hizo más llevadera la espera.
Estaban creo bastante confundidos ante mi estado óptimo de salud y mi síncope sorpresa. Así que optaron por llamar al hospital ante mi negativa nublada mientras yo intentaba parar el protocolo de ingreso en urgencias. No hubo manera, volví a insistir más amablemente sin éxito. Decían que tenía que colaborar, que ellos sabían qué era lo mejor para mí. No podría soportar otra sesión de noche conmigo en un box como dama de las camelias, así que me suicidé entre bambalinas y frente al espejo.

– ¡Coño! que se me ha escapado un señor pedo con cargamento y me… me desmayé para disimular porque ¡no sabía qué más hacer tufada delante de todos, hostiaaa!

Casi me emocioné con toda la confesión, el médico pasmado miró a la enfermera que bajó la cabeza con cara de pez, aunque me lanzó alguna mirada cómplice. Recogieron en silencio. Abandonaron el escenario. ¿Pueden denunciarme por falso “testidesmayo” o por cagarla de verdad?

Una respuesta a “LA TRAVIATA DE GIUSSEPPEDI VERDI”

  1. ¡Qué grande!!! De mayor quiero ser así😍

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