Cayendo. En la más profunda oscuridad. En el más absoluto silencio.
Pero no en la nada: si cayera en la nada no sería nadie. Está en el vacío, porque sigue siendo ella. No hay luz, pero ve. No hay silencio porque oye su corazón. Hay tiempo porque sus pensamientos le permiten saber que sigue existiendo y…
Se despertó, milésimas antes de que el complejo sistema de alarma saltara. Vio cómo la habitación se teñía de rojo y, al mismo momento, el chip que llevaba inserto en la base de la nuca comenzó a vibrar a baja intensidad pero insistentemente, con un patrón concreto que su mente entrenada reconoció al instante.
—Capitana Zhou, preséntese en su puesto —. El altavoz conectado a la Sala de Control empezó a emitir al mismo tiempo que cambió la luz y el chip empezó a vibrar—. Peligro de clase 1. Capitana Zhou, preséntese en su puesto—. La voz pertenecía a Jeong Volkov, su segundo al mando. Un hombre inflexible, metódico, concienzudo, tenaz.
A través de pasillos reservados al personal de seguridad, Galina Zhou salvó en menos de medio minuto los doscientos metros que había entre su habitación y la Sala de Control de la colonia. Al abrir la compuerta de la Sala de Control, recibió una explosión de luces, pitidos y nerviosismo mal reprimido. No se dejó afectar. Un rápido vistazo a las pantallas de información y a las caras de preocupación de sus oficiales le bastaron para comprender qué estaba ocurriendo.
—Capitana, se ha detectado la llegada de numerosas naves shamzi al sistema. Los datos de navegación apuntan a que se dirigen hacia este cuadrante.
—Es probable que hayan detectado el destacamento thorala en órbita —apuntó Volkov.
—El Dominio no se anda con tonterías. Esa flota hará pedazos el destacamento thorala. En cuanto nos detecten nos atacarán para que los thorala elijan entre cubrir su retirada o ayudarnos en la defensa. Es una batalla que no podemos ganar —. Después de la última frase parecía que ni las máquinas se atrevían a romper el silencio con sus pitidos—. Avisen a nuestros aliados para que inicien la retirada y den la señal para iniciar la Fase 1 de la evacuación de la colonia: realizen una copia de seguridad de las investigaciones prioritarias y que todo el personal se dirija a los refugios subterráneos.
Como toque final a sus órdenes, el cielo se iluminó con un tercer sol. Una de las naves thorala acababa de explotar.
—¡Los muy idiotas se han posicionado encima de la colonia! —exclamó Galina. Respetaba a los thorala, eran aliados leales. Pero en lo relativo a la táctica y la estrategia militar eran unos malditos estúpidos—. ¡Que alguien les diga a los thorala que se retiren y no empeoren las cosas!
—Estaban en órbita baja. Es posible que los restos de la nave caigan encima de las cúpulas —dijo Volkov.
Galina se giró hacia su segundo al mando.
—Coordina la evacuación y mantente en contacto conmigo. Me llevaré una docena de pilotos para intentar conseguir algo de tiempo.
Los siguientes minutos los recordó como un sueño. Se vio a sí misma dando órdenes, poniéndose el traje, entrando al hangar, preparándose para hacer despegar el caza, pero el único sonido que se le quedó grabado fue el latido de su corazón. Y la sensación de tener la boca pastosa.
—Permiso para despegar, Equipo Rojo.
—En cuanto salgamos, cierre el hangar y evacúe, oficial.
—A sus órdenes, capitana —. El oficial de la torre de control hizo una pausa que Galina no sabía si atribuir a las dudas o al miedo—. Buena caza.
Despegar de aquella roca inhóspita que giraba en torno a dos estrellas era sencillo. Los vientos solares de la estrella roja supergigante y de su compañera azul habían evaporado hacía ya miles de años cualquier resto de atmósfera que pudiera haber habido. La gravedad, por otro lado, era cómoda, de casi un 1 g estándar. Menos de quince minutos después de haber dado su última orden en la Sala de Control, la capitana Galina Zhou lideraba un escuadrón de naves de seguridad con el objetivo de garantizar la evacuación de la colonia Antares II.
Galina veía la colonia hacerse cada vez más pequeña a medida que ganaban altura. Las cúpulas se confundían con el paisaje al reflejar los colores amarillentos y anaranjados que dominaban el planeta.
Antares II era una colonia dedicada a la investigación, propiedad de Collins Stellar Corporation, una de las corporaciones con más peso en el Consorcio Terrestre. La humanidad había tenido que superar ciertos viejos odios y rencillas después de la Guerra Mundial ─algunos conspiranoicos afirmaban que había habido antes dos o incluso tres guerras mundiales─, dejando atrás el modelo decadente de las Naciones Unidas y países que competían entre sí por cuestiones más espirituales que materiales, avanzando hacia un mundo de libre mercado y meritocracia. Aquello había ocurrido hacía más de un siglo.
La humanidad había tenido que dar un paso más allá y volver a cambiar aproximadamente setenta años después, tras descubrir —y ser descubierta por— el Dominio Shamzi. También se encontraron con los thorala, una especie más amigable que, afortunadamente, entendía de negocios más que el Dominio. Su fructífera relación comercial los catapultó tecnológicamente y, en apenas cincuenta años, la humanidad se había expandido por buena parte de la Vía Láctea.
Aún así, se encontraban muy por detrás del Dominio. Los thorala tenían tecnología más compleja pero mucha menos potencia de fuego. La humanidad tenía números, conocimiento, pero en relación a la tecnología ni se acercaban. Por eso necesitaban puestos de investigación como Antares II.
Galina tenía la mejor educación en cuestiones militares y de seguridad que podía comprar el dinero. No era una novata, no era la primera vez que entraba en combate, ni siquiera con los shamzi. Pero sí era la primera vez para la práctica totalidad de su personal.
En el cielo despejado ya se veían los primeros escombros que podían caer encima de las cúpulas. La destrucción de los más grandes permitiría que los escudos de las cúpulas aguantasen los más pequeños. Lo verdaderamente difícil empezaría cuando llegaran las naves shamzi.
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