EN EL ABDUCTOR TODO ES EMPEZAR

LLamé a Rafi (soy la única que le llama así, no lo soporta) varias veces durante ese día, sabía que no estaba pasando por un buen momento: primero el cambio de horario en el trabajo compaginándolo con los niños y la atención a su madre, pero es que además continuaba muy preocupada por su matrimonio. 

Y es que Rafi estaba convencida desde el verano que su marido tenía una amante. Hasta una noche con unos mojitos de más, bromeamos sobre si sería un hombre o una mujer porque hacía meses que aquellas manos de escultor no esculpían ni modelaban a Rafi.
Cierto que muy digna ella ante alguna evidencia y más sospechas decidió devolverle la pelota y se lió en un congreso de enfermería al que fuimos juntas, con un asistente que la asistió con nota, por lo explicado. Puede que mi condición de madre separada con brackets no levante tantas pasiones entre el público masculino. No es que la disculpe, pero siempre he pensado que una cosa es un coqueteo que acabe en la cama y otra mantener una relación paralela durante tiempo. 

La cuestión es que mantenían esa relación de conveniente convivencia esperando a que en algún momento esa mina o bola de dinamita explosionara en algún momento. El martes pasado a las dos, saliendo de trabajar y viendo que no respondía ni a llamadas ni mensajes, decidí pasar por su casa.
Nadie respondía y justo cuando ya me iba aparece abriendo la puerta Marcos el artista con una camiseta y unos pantalones cortos. Se disculpó por haber tardado en abrir y me contó que tenía una ciática espantosa por lo que levantar los pies andando se convertía en tortura. Le pregunté por Rafi y me dijo que aunque tardaba más de la cuenta, en una media hora llegaría a casa, así que me invitó a ponerme cómoda mientras esperaba.
Dejé mi bolso y lo tiré con la tejana en el sofá. Él se excusó y me dijo que continuaría en la cama, así que arrastrando la pierna y con rictus de dolor se retiró. Le recordé que si necesitaba algo más fuerte podría ir a la farmacia, las enfermeras sabemos cómo camelarnos a los farmacéuticos. Empecé a consultar mis redes por si recibía algún mensaje o invitación.
En unos minutos Marcos me llamó desde la habitación por si le podía acercar unos calmantes que estaban en la mesita del sofá. Cuando se los llevé encontré a un hombre desvalido que sí, sería infiel, pero estaba realmente perjudicado. Le dije que si había contemplado la inyección, señalando el Nolotil de la cómoda: es apuesta segura y rápida, parece que Rafi le pinchó el día anterior y funcionó. Nos conocemos de cenas, excursiones y porque su mujer y yo somos muy amigas así que verle el culo tampoco  me impresionaría demasiado, me debo al juramento hipocrático.
El insoportable dolor le convenció así que, se rodeó cual croqueta cruda, casi en el mismo gesto me estaba mostrando su albino cachete izquierdo. La escena en el fondo no era la mejor y  solo por un segundo me pregunté qué demonios había pasado para acabar allí… Aunque superé la secuencia cuando se me ocurrió arrancar, jeringa en mano, uno de esos malditos navetes anclado como un anzuelo en la costura del bóxer, como estirando no lograba arrancarlo, hice eso que digo a los niños que no se debe hacer y me agaché para utilizar mis dientes como arma blanca. La mala suerte hizo que en el momento de que mis brackets pescaran el anzuelo, la puerta de la casa deshacía el engranaje de la cerradura. Con los ojos desorbitados, pero en un segundo, pude articular lo que había pasado,  y le dije a Marcos arrugando la prenda en mi mano que no se moviera so pena de arrancarme la dentadura entera. Él entró en pánico al oír a Rafi saludar desde el recibidor, así que, sin dudar, voló (la ciática también) a desprenderse del bóxer (en adelante prueba del delito) para que mi boca hundida en su redonda zona no fuera malinterpretada. Recorrí con la boca y la nariz la anatomía de Marcos desde su glúteo, pasando por la entrepierna (no voy a entrar en detalles olorosos) y acabando en los pies, todo ello sin pensar que se quedaría en santas pelotas. Con más prisas, pasos acercándose y sintiéndose culpable, Marcos tuvo la brillante idea de encerrar a una mujer con una jeringa en la mano y un bóxer colgando de los dientes en el vestidor. Casi éramos Esteso y Pajares 2.0. Aún no sé por qué, pero me escondí, sí, me escondí de mi mejor amiga como si yo fuera la amante.

Ella entró en la habitación en silencio y él solo tartamudeó aquello que no se debe decir nunca por manido y mentiroso: ‘no es lo que parece’. De repente se abrió el vestidor (qué dolor, qué dolor) y Rafi armada con mi bolso y mi cazadora me miró muda. El cuadro de tu amiga cargando con una jeringa y el bóxer de tu marido colgando de la boca supongo que da más grima que Daryl Hannah como letal y tuerta asesina. Así que, al borde de las lágrimas farfullando entre polyéster, solo dije ‘… Hola Rafaela’

Mi ex amiga Rafaela (desde el martes pasado) me ignora si nos vemos por la calle. Suerte que no coincidimos en el trabajo, aún no nos hemos cruzado.
Marcos se ha curado milagrosamente y aunque me gustaría preguntarle por la terapia recibida, sería imposible, si me ve, acelera el paso con cara de pavor, porque tenía una mujer dentro de un armario.

Una respuesta a “EN EL ABDUCTOR TODO ES EMPEZAR”

  1. jajajajaja, qué grande. Y qué dolor, qué dolor, dentro de un armario.

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